lunes, 24 de diciembre de 2018

El pijama

Estoy copado. Mi aspecto ya no funciona, por mentar algo que no vaya, y sufro de mal look

Tras 40 años de coexistencia pacífica, me empieza a traicionar, y seguro como estoy de que yo jamás hubiera podido ser modelo, solo por lo de andar todo el día cambiándome de hato, me agobia el pensar cambiar de camisas, tan apalancado estoy en ese eclecticismo pasado por la pana y franela que yo llamo Mao Domínguez o NovecenDutti y que tan bien me hacía pasar por pseudoprogre, y que, oh, desgracia, hoy resulta ser el uniforme de los pudientes, como el pijama de andar de calle, con esa desenvoltura semiaburrida propia del tedio, y el otro día me tomaron por uno ­­–el perfil viejuno ya ayuda lo suyo, eh–, y por poco un jurata me mete en una junta de accionistas –hombre, de ser un consejo de administración no digo yo que…–, y es que en el foro no conocen a nadie y se guían mucho por los estereotipos, que si algo ha cambiado con la crisis es eso. 
Si Carlos Cano cantaba entonces lo de “Esos gachós trajeaos que viven de ná, que nos roban, nos roban”, ahora, el traje de faena de los pobres, los que tienen algo que hacer, es, o mono dos piezas para los manuales, o traje para el resto. El pijama de calle queda para la nueva clase ociosa, más variopinta y heteróclita, y va con él tan desahogada, tan segura, consciente de epatar con tamaña impudicia cercana al estriptis, al resto que aun vestidos sienten andar desnudos. 
Una transmutación que es culmen del proceso iniciado en los 60 de incautación por las capas dominantes del percal de las demás, para dejarlas en paños menores al vestirlas con la mezquindad de los ropajes de deshecho transferidos por los amos, como es el traje. 
Y un complemento, sin el cual un nuevo pobre, o sea todo aquel en situación de mejorar, familiar, económica, profesional o sexualmente, no puede ir ni al váter: el móvil. 
Por mucho que se les vitupere de viciosos o adictos –como antaño se les acusaba de alcohólicos, guarros o fumadores– no son colgados; es que lo necesitan como el aire. La prueba es que los ricos lo desconectan cuando quieren. Sobre todo cuando se ponen el pijama.

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