jueves, 27 de diciembre de 2018

Inocentes


Dicen que cada día nacen menos niños. Pero también que la población de orangutanes disminuye, y mira; pues para suplentes ideales suyos ya estamos los humanos vetustos, y en aumento. 

Lo cual no anula al niño como necesidad, biológica en la juventud, y psicológica de mayores, pues a esa edad en que ya se ha vivido lo bastante como para recordar cuando aún había políticos de fiar, antes que valorarlos (a los niños) como fuerza de trabajo futura –esa antítetis–, se les aprecia como luz para un presente y largo que puede ser camino hacia la nada, por ser los únicos que se alegran solo con verte, sin ser tu tendero o tu dentista. 
Por eso, sin saberlo –o la inconsciencia como un don–, con intuición de lagrimal, muchos buscan ser abuelos, para que alguien les sonría sin pagar, y aunque al final les cueste un ojo (con lágrima incluida) de la cara, pues lloros a gusto no duelen, sino al contrario, te ahorras colirios; y que es algo así como jugar al sorteo del Niño, esa repesca de Fortuna, o no rechazar esa burbuja infantil timaviejos que es la Navidad, solo por su resabio confesional (o ser legionela de cuñados), aunque de hecho sea ya tan profana que solo los más notas de solo una idea per cápita, una para todos y todos para una, reivindican para ella una esencia laica, como mera fiesta solsticial, como si el espurio taquillazo tipo Disney y distribuido por Ebay en que se ha reconvertido no fuera ya suficiente híbrido. 
No es el primer intento de vuelta a las raíces y olvidar una historia difícil de bregar, por terca, que es lo más cómodo y fácil: así la revolución francesa, o los nazis en busca de la cosmogonía de lo ario como nueva religión tribal. 
Y ahora estos del puestos a ser paganos, seámoslo para todo, pero a riñón cubierto, eh, y con carabineros, que las fiestas no nos las regalan, que las hemos conquistado –ellos, ellos–. Y hasta se pronuncian por una navidad republicana. 
Eso, para la gran metáfora cual es la de la derrota de lo viejo por lo nuevo, y el vínculo inmaterial que genera que todo lo anuda y zanja a la vez. Para lo cual sobran banderas. Basta con una sonrisa inocente como arma.

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