lunes, 3 de diciembre de 2018

La Consti


A la Constitución le pasa lo que a muchas ex putas: que no acaba de colar. En una escena de Chinatown, John Houston le dice a Nicholson que los edificios, las putas y los políticos se vuelven honorables con la edad.
Y por lo que se ve, salvo los edificios, ni unos ni otras han cumplido suficientes años. O es que ya están muy vistos. O igual es que, con tanto toqueteo y restregón, estas matronas de la democracia, más que para la rehabilitación estén para el retiro. Y entonces, qué íbamos a hacer.
Porque, no nos engañemos, cualquier sociedad civilizada que se precie ha de tener al menos igual número de prostíbulos que de museos, y, si puede ser, aunados en dúplex, como aquellas excelentes casas de lenocinio de la Belle Époque bajo cuyas láminas, lámparas y consolas neoclásicas se daban cita para cultivarse lo más representativo, granado y bruñido de su época. Algo en lo que La Consti (como algunas ex lumis) es alumna aventajada, en tanto va tomando ya aire de museo.
Cuando Rousseau escribió El contrato social (desde Suiza, todo hay que decirlo), igual pensaba inculcar la necesidad de las constituciones, tal como cree todo el mundo. Lo que no podía imaginar es que al materializarlas se iban a basar en otro libro suyo, El Emilio, tan preceptivo, paternalista, ablandabrevas, tontorrón, lindo…e inútil. Porque las constituciones son pura poesía. Poesía necesaria. Incluida la única que, nacida directamente de aquel espíritu y que, aislada de otras metástasis, se ha mantenido más lozana y verosímil, aunque no lo sea tanto: la de USA.
Las demás, y la nuestra sobre todo (una putita para lucir a fecha fija), son romances corteses, pura juglaresca europea de autoayuda para geishas de lujo, que mejor sería verla como un matrimonio universal que hay que concretar cada día, que tiene que servir para algo, y remangarse y ponerla a trabajar, a enfangarse y dotarla de contenido con hechos y leye salidas de viejas costumbres –y no lo que se ha hecho, adaptarla a las (feas y malas) que ya había–. Como prueba baste mentar el tribunal que para salvaguardarla, existe, en las antípodas de lo que debería ser.
De modo que podemos olvidarnos de las garantías de los derechos, de la convivencia y el acuerdo social. Adieu, Rousseau. En cambio, y como corresponde a su sospechada esencia, tenemos garantizada la farra, menos seriedad que la picha de un novio y mucho mamoneo. Que no sé qué otra cosa podía esperarse de algo conocido coloquial, ramplona y lupanarmente cada acueducto de diciembre como La Consti, esa madama que levanta lo que sea, sobre todo si es para irse de vacaciones.

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