jueves, 3 de enero de 2019

Homo basura



Si el hombre logra sobrevivirse, dentro de unos milenios se recordará al de este siglo como el homo basura, igual que antaño fueron el de las cavernas, el sapiens, el faber, etc. Hombre basura, incluyendo no sólo al género masculino, que lo es desde siempre, sino también a las féminas, que por fin han conseguido parecérsenos tras una centuria de copieteo que hay que joderse. 

Tendemos a la filfa porque en ella encontramos las máximas garantías de vida, y somos omnívoros gracias a la desidia para cebarnos en los destríos alimentarios, como las ratas, los cerdos y las cucarachas, nuestros coevolucionantes, también con un futuro luminoso, y es errónea esa visión que nos asimila a los buitres, que son limpiadores de carroña y no emporcadores natos,  basureros profesionales majestuosos como un borbón de altura, de los que queda mucho que aprender además de su buceo aéreo y beneficio de capturas ajenas.
Una vida basurística tenía que desembocar en una cultura del mismo tipo que, como toda cultura, justificase la inmundicia de sus orígenes que en este caso es la inmundicia misma. Y no me estoy refiriendo al hecho de que el barrendero del barrio llegue algún día a felicitar las navidades con un video producido por Netflix, que sería lo suyo, sino al hecho de tender a pervertir en purines toda manifestación existencial y fabricar heces con cada una de nuestras actividades más sublimes. 
Que es por lo que la escatología se refiere tanto a la mierda como a lo excelso. Así, la tele es escatología pura, el aparato excretor de las almas con alta definición, o aquel arpiduque que lanza mierdas con ondas, que ha llegado a constituirse en el espíritu de la basura misma, como más propio y más sublime por tanto, dando lugar entre otras contradicciones aparentes como la comida basura, los bonos basura, la política basura, que nos auspician un futuro señorial propio de escarabajos peloteros, la más execrable del periodismo cual son los reporteros del chismorreo, que como era de esperar se han convertido en su élite. La hez elevada al paraíso.
La génesis de este vertido de verdulería televisiva comienza con los talk show gringos, donde mayormente se habla con más o menos sentido; sigue con los chat shows, o casqueras donde empiezan a echarse en falta las neuronas, y, con el interludio de los gossip show, o chismorreo propiamente, termina en los trash show, un mix de basura total donde aflora la impudicia ofensiva de trapos sucios, preferentemente de lencería, arrojados a la cara de los interfectos y del televidente, aunque a éste sin el olor, si bien algunas veces los televidentes adolescentes contaminados por las esencias de este tipo de cultura, amenicen con el sensoround del cante de sus pies estas tremebundas veladas que, por cierto no deberían ver. 
No porque sus contenidos de paños menores sean inaptos para ídem, sino para que no pasen a mayores y piensen que una serie de ineptos, tanto entrevistados como entrevistadores, son de verdad la aristocracia de la sociedad, ni siquiera de sus oficios, si es que los tienen. Simplemente, son la aristocracia de la cultura hamburguesa, que quita el hambre, pero de ningún modo las ganas de comer. Y si lo hace, malo, pues como dicen, el hambre engorda sólo al que hambreó y lo que venga serán generaciones de buitres alimentados de carroña: nosotros mismos. 
Nota bene, o no bene: otro día hablaremos de los perfumes, que eso si que…

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