jueves, 24 de enero de 2019

Reformateados


Lo del fin de los telediarios de Cuatro me devuelve al viejo dilema: ¿Quién es más tonto, el que se deja engañar o el empeñado en que no lo hagan? 

Si el conformista acude indiferente, o crédulo, cuando no cretino (pues no hay como que te la peguen los tuyos) a su telediario de toda la vida, el nuevo individualista, más interactivo e insatisfecho, pese a sentirse hiperinformado, aún busca la verdad, eso que anuncia Wyoming por las noches, y que el nuevo aspirante a bien informado mide precisamente por la variedad de los enfoques, esa variante en realidad que es de la dispersión, más que de la descentralización informativa, y que le aboca a abrevar en ese afterhours permanente de pseudoinformación que es el eterno carrusel parlanchín centrifugador del magazinforme y la infopinión.
Una máquina de dispersión que tiene a la tertulia como supletoria del contraste noticioso, a la reiteración como modelo de eficiacia estulta y la pobreza informativa (convertida al final en un mantra proselitista) como método ideal de simplificación y pureza. Amén del añadido del trufado de toques redundantes de “expertos” y “especialistas”, como gran postre del menú informativo más prefabricado, y que constituye el nuevo y prácticamente único formato informativo televisivo como tal de la actualidad.
Un modelo que cumple digamos que a la perfección, su función de trituradora de aherrojados frente al televisor, de un modo tan prescriptivo, propagandístico y proselitista como lo hicieron a su modo las revistas –Pronto, 10 Minutos, Vale, etc– que domesticaron al individuo de la anterior ola cultural alienante de la Era Pretelemática, y cuyo lema podría ser perfectamente “desinformar informando”. 
Con esto, ¿quién necesita el telediario? En la postverdad no tienen objeto, salvo como marca de empresa, referente o posición de mercado para competir entre grupos mediáticos y mantener metas para ejecutivos. Como A-3 y T5. Y para hablar bien del gobierno ya está la 1. 
Lo que pasa es que la Red tampoco es una mina, y a las tantas, recién vuelto a casa, no te vas a poner a picotear con el plátano en la mano. Y te pones a ver el telediario, o lo otro. Y cuando te hartas de tanta noticia, que en realidad son cuatro pero muy remanoseadas, y tan poca información, pues ni los del tiempo te dicen las temperaturas reales ni a toro pasado, harto ya de mareo de perdiz en vez de periodismo en profundidad, que no pretendes sea abisal, pero, en fin, algo más allá de la noticia, pues te pasas al G.H. o al Sálvame, de algo, de lo que sea, aunque sea de tí mismo, como el sucesor televisivo que es del gentil chismorreo variopinto del Tómbola, Tomate y otros, tan sensacionalista, aberrante y amarillo, execrable, repulsivo…, sí, y todo lo que queramos, pero al que tanto debe precisamente la nueva (des)información televisiva y su nuevos formateo y reformateo, de lo que son meras copias. Y es que, ya no hay originalidad ni en las noticias. Y, aún peor, la basura es lo que más se copia. 

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