jueves, 17 de enero de 2019

Principios


Como buenos europeos que somos, lo de Vox será también aquí otro ascenso imparable. Hacia qué, no se sabe; pero fácil, seguro.
Es puro Principio de Arquímedes, aplicado a nuestro estercolero político; o sea, si colocas una ful en el centro de la porquería, y todas las fuerzas hacen presión, la ful se disparará hacia arriba tanto (al menos) como la mierda que evacúa (y mira que aquí hay para evacuar). 
Y es que Vox tiene dos cosas muy a su favor. Una, mística, resumida en lo de Victor Hugo, “no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”, que a base de ser dudosa va ya para irrefutable e impepinable. Y la otra, pues los que coadyuvan a ello –que hablen de ti, aunque sea bien, que dijo aquel–, que es prácticamente todo el resto del espectro, político y de opinión, social en pleno, que aprovecha la ocasión prestada por lo que consideran un intruso en el mundo ideal fabricado exclusivamente por ellos y para ellos –aunque lo primero sea mentira y lo segundo no sea de recibo–, para seguir flotando instalados en el lado más guay y lucrativo de la ciénaga. 
Todos se aplican ya para sacar réditos del miedo neobarroco (o mejor, neogótico) al fascismo y luego al comunismo: a los totalitarismos, como se dice, así, alegre y simplistamente, y hale, patada a seguir; ese pánico prefabricado y postizo del que ha vivido el continente socialdemócrata desde la guerra, aunque manteniendo un fascismo cotidiano en su interior de lo más vital, como ahora (y antes, no nos engañemos) se demuestra. 
Hasta la izquierda de cartel más verosímil, pegatinera y escrachista duda, perdida en el análisis concreto de la situación concreta, que ya no dominan desde que se agotó la IV Internacional, entre hablar del innombrable (y hacerle así la cama) o combatirlo sin mentarlo, dejando la cosa en el típico laissez faire del oportunismo posibilista de medio pelo en que todos andan enfangados, preocupados, eso sí, por si el innombrable les quita parte de su clientela, pues, si la revolución llegó a triunfar con un 95% de analfabetos, porqué no podrían hacerlo estos en el nuevo analfabetismo funcional y menos funcional (pero que funciona) hoy imperante. 
Visión esta, la de considerar a sus propios caladeros como una masa voluble sin principios, neciamente abyecta, pues si no por esos mismos principios, que ya no se llevan o, como dijo el otro Marx, si no nos gustan nos dan otros, sí por la aniaga para el condumio cotidiano deberían tratar de fidelizarlos desde la verdad, que siempre es revolucionaria, o eso se decía antes ­–ahora, con tanto feisbuk, la verdad será otro feik, mia tú–.
Dudosa y vieja receta para problemas nuevos, que también son de su autoría, desde que adaptaron sus viejas prácticas viciosas del reduccionismo maniqueo y la desactivación sectaria y excluyente a la lumpencultura actual elevándola a viral, trending topic, o como coño se diga, y se apuntaron el “me gusta” como práctica democrática suprema. Y ahora, vienen las correprisas y la impostura. Que, por cierto, igual queda todo en otra patética parodia de la historia, tal y como esta se manifiesta desde hace mucho, pues lo mismo Vox nos sale también socialdemócrata y lo único es que son más a repartir. Lo cual no deja de joder lo suyo, también.

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