viernes, 24 de mayo de 2019

Anecdotario


Los fantasmas y los mitos, si es que no son lo mismo, siempre vuelven. A
sí, uno casi olvidado (o sin casi) de los que nos atañen, por avecindado que fue nuestro, se ha aparecido en las noticias, relacionado con un chiringuito de blanqueo de dinero en Venezuela durante su etapa como embajador allí de Zapatero (sin pertenecer a la carrera).
Algo que ha hecho recordar su papel jugado aquí, en el terruño, en la forja de ese otro mito que es la transición, cuando el PSP jugaba a ser un partido genuinamente albaceteño, recriado aquí y con hondas raíces, de la mano, o de la boca, a saber, de algunos de sus miembros, unos nacidos (y nada más) por estos andurriales, como Bono; otros caídos por azares de la sociología y del destino (del concurso de traslados), como Izquierdo, o, el caso más sonado, con bombo y platillo y a peligro pasado, por haber pasado una breve temporada desterrado por el franquismo en Ayna, como era el caso de Raúl Morodo, el ahora investigado y entonces con aquella credencial que no solo les daba para ser convidados a los mataeros de los pueblos, sino que parecía les iba a abrir, mismamente, las alcancías de la historia. 
Que finalmente quedaría en historieta, o en diversas historietas, pero que así, empalmadas de pasado a presente, demuestran que lo del blanqueo, la democracia y la suciedad, el glamur y la cutrez, están siempre muy entreverados con los mitos… y el fantasmeo. Y persisten, pues de casta le viene al galgo, y el que tuvo, retuvo. 
Y es que, estando al caer el fin del franquismo, el buen Tierno, el gran jefe, puso su proyecto a disposición de la omnisciente socialdemocracia alemana de Willy Brandt, que aún no decantado por ningún nido, ponía huevos en todos, y también en éste. Y un dichoso día les envió al bienhadado emisario de rigor, al que fueron a recoger, incluido algúno de los mentados, a Barajas. Y muy amable y tal, tras las prédicas y repalandorias, les dejó un maletín, al que Don Enrique hizo ascos pasándole el honor de su transporte y custodia precisamente a Morodo
Y entre loas, églogas y salmos volvieron al despacho del maestro, que era la sede, cómo no, triunfantes, emocionados, solazados por el futuro que se les abría despatarrado. Y allí quedaron ahítos de felicidad unos instantes, que es lo que ésta suele durar. Los segundos precisos que Don Enrique tardó en abalanzarse sobre el maletín y echarse encima de él sobre la mesa, sin que hubiera forma alguna de despegarlo de él, como si de un hijo recién nacido se tratase. Después los despidió y desapareció por la casa, y ya nunca se supo a ciencia cierta a cuánto ascendía la participación alemana en aquel socialismo. Luego vino el fracaso consabido, el desierto (manchego) recorrido y el tener que unirse al Psoe como cola de león para reciclarse. Pero eso ya es otra anécdota.

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