lunes, 27 de mayo de 2019

Cinematontunas: En busca del canon


Si hay un debate cansino ese es el de la belleza y la inteligencia de las estrellas (de cine). Planteado desde el inicio –coincidente con el de la radio, medio ‘caliente’ por excelencia­– como remake del premediático establecido con las hadas, las nuevas reinas del glamur pero que por obligaciones del guión, bien amarrado por los intereses patriarcales de la cultura ancestral, nunca llegaban a destacar en otras magnitudes que no fueran las somáticas o las esotéricas derivadas de lo físico.
En esto llegaron los sesenta, el famoso toque a emancipación, y el icono de presentación femenina ante las masas giró para convertirse en algo que no solo representaba lo corporal y todo su acarreo ideológico y sentimental, sino que abría las puertas a otros niveles de representación, aunque fuesen prestados de lo masculino triunfante como era lo intelectual.
Y ese ha sido el recorrido desde entonces hasta llegar a la plena reivindicación –y rechazo, incluso borrado histórico­– de las mujeres como legítimas poseedoras de esa doble capacidad hasta ahora y desde la asunción general del canon occidental fijado en la antigüedad, y con el derecho a su libre desarrollo, empezando, cómo no, por el cambio de los estereotipos fundamentales como es la iconografía más influyente cual es la que se desprende de la imagen femenina, cuyo crisol más eficaz es la ficción, sea en cine, televisión u otros.
De modo que existe hoy día toda una rama mediática que si en los años dorados de Hollywood vendía vampiresas discretas –calificativo que en los inicios de nuestro idioma significaba precisamente inteligente–, ahora se dedican a presentar a la que pueden a actrices al natural, cotidianas, y superiores solo en tanto son humildes trabajadoras, y estudiosas mujeres que luchan en esta jungla global, y cuya belleza se sugiere viene a ser solo un accidente.
Es el nuevo prototipo del triunfo femenino, el que viene del esfuerzo, con tan solo la pequeña ayuda del azar de la hermosura, que por otra parte está hoy tan democratizado por el desarrollo, que le quita su carácter de privilegio clasista. O no, pues todo está lleno de bellezas, pero las que llegan a las alturas, y tanto en el mundo real como en el representativo, es solo por sus aptitudes y actitudes. O eso es lo que venden.
o. De ahí la tozudez en dar a conocer cada vez más ejemplos de que esa es la norma, para que sea aceptada como natural, que por cierto es lo que se ha hecho siempre en el caso de los hombres. Y de ahí el número creciente, en el expositor mediático, de mujeres triunfadoras no solo por su belleza sino también por sus dotes intelectuales. 
Lo que ocurre es que lo somático y su valoración y promoción son tan evidentes que negarlo resulta tan sospechoso como su contrario. Además de haber dado lugar a un debate paralelo, un tanto insidioso pero no menos fundado, cual es el de si el proceso de “normalización” de la iconografía femenina, cotidianizándola a la vez que apartándola de su cosificación, no estará engendrando un modelo de mujer a seguir que es más bien una supermujer, habida cuenta de la doble exigencia tanto física como intelectual que el nuevo paradigma propone.
Lo cual, y aunque pueda constatarse cada vez más en la realidad, y cualquiera puede comprobar el número creciente de guapas y listas, y el decreciente de sus contrarios, sea o no machista decirlo –y encima, no son tantas, como puede comprobarse–, puede desviar el foco del verdadero debate, que ni pasa por la belleza ni por inteligencia, y que es la mejor manera de seguir, aunque sea a la inversa, con las viejas miradas, como base de viejos, estúpidos e intercambiables chascarrillos, de si a ellas se las perdonaba su inteligencia a cambio de su belleza (o ahora su belleza a cambio de su inteligencia), que infestan el acercamiento mismo al asunto, sea este cual sea más adecuado, pero que está en marcha y por lo tanto merece no centrarse más de la cuenta en los menos adecuados, todo lo más algunas menciones anecdóticas divulgadas por ahí de ese folclores actual que es mostrar ciertos compendios femeninos de belleza y cabeza, tan idealizados y baratos como el famoso platonismo del mens sana in corpore sano, y que no pasan de lo circense para recuelo de nuevas ‘mujercitas’, y que hay que tomar con las obligadas reservas. He aquí algunos ejemplos. Ustedes mismos (y mismas).
Sharon Stone, superdotada patentada, siendo estudiante de Bellas Artes se presentó al concurso de belleza Señorita Pensilvania, y uno de los jueces, al ver su otro potencial, le aconsejó que dejara los estudios y se mudase a Nueva York para convertirse en modelo. Muchos años después iba a levantar dudas sobre su inteligencia al volver a Edinboro a graduarse, al parecer inspirada por el ejemplo de Hillary Clinton.
Jodie Foster, niña prodigio del cine, la mirada más inteligente de Hollywood, según nos la presentan, es licenciada cum laude en literatura inglesa por Yale.
Emma Watson, su émula aventajada parece ser la de la saga Harry Potter, licenciada en literatura, filántropa y estudiosa feminista de la mujer europea, si bien da más bien el perfil de espabilada que se lleva ahora.
Claire Danes (Homeland), la intelectual inquieta a sus 40, una de las actrices más premiadas de la historia, y que es la que da el perfil más auténtico de lo que venimos diciendo.
Natalie Portman, 150 de coeficiente intelectual, psicóloga por Harvard y políglota, que prefiere ser inteligente a actriz de cine, dicho por ella, conferenciante de ocasión y colaboradora en artículos y estudios científicos. Bien. Responde también a esa inquietud por autentificar esa doble vía de legitimidad femenina, y lo menos impostadamente posible. Ya veremos.
Madonna, que sin duda es más lista que el hambre, es de esas que no se sabe muy bien si han triunfado por inteligentes (que es lo que recorre las redes, con menciones a su alto coeficiente intelectual, a toro pasado, ya que eso se lleva mucho) o es inteligente porque ha triunfado, como solemos pensar los envidiosos.
Geena Davis, superreconocida por su altísimo cociente intelectual, graduada en arte dramático en la Universidad de Boston, inquieta donde las haya, y un tanto frustrada en su intención. Lo cual no quita ni pone al tema.
Nicole Kidman, un caso similar a Madonna, en cuanto a la admisión sobrevenida de su inteligencia superior (con cierto tufillo a pose).
Y por fin, la precoz y filóloga (inglesa) Jennifer Connelly, de sobrada trayectoria curricular al caso.  

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