jueves, 12 de abril de 2018

De fallos y fallidos

Lo español siempre fue ha sido fabricado de calenturas y de espasmos. Y tantas veces con un sesgo antieuropeo de no te menees.
El primero y brutal fue el rechazo catalán (y de otros) a la dinastía de los Borbones al venir a tomar posesión de la plaza, que acabó culminando en el sentimiento general antifrancés visceral anterior, en y posterior a la Guerra de la Independencia, cuando Francia aquí era Europa, y que duraría todo ese siglo mientras estuvimos más o menos en su órbita. 
Una españolidad hecha desde lo trabucaire y encrespado que solo modularía afinándose, pero también a la contra, al arribar lo anglosajón como otro referente (o diana) a tener en cartera, con aquella impostada antimodernidad regeneracionista que fue la del 98, sólo salvada por esa Edad de Plata a partir de las raíces que va desde esa fecha hasta la guerra.
Luego la caspa resucitó a oleadas miserables decrecientes con las demostraciones ultras de adhesión nacional de la plaza de Oriente, y así hasta investirnos europeos, eso sí con reparos, y mutuos, todo hay que decirlo. Pero hete aquí que al ver con la crisis que Europa era ahora Alemania, y nosotros miembros de ¿segunda? del club, el escepticismo ha ido en aumento..., hasta el fallo del tribunal ese de Slechswig–Holstein –con el que, por cierto, Alemania redondeó su territorio nacional, quitándoselo a los daneses–, que, directamente y ya sin falsos pudores, genera decepción del continente, reavivando el viejo rechazo del contenido –como pasa también a muchos secesionistas catalanes, no mejor tratados pese a creerse casi arios, como ellos–.
Y crecen el enroque identitario en lo patriotero, el victimismo de baja estofa y la autarquía moral tan justificadora del crimen a priori, y cunde de nuevo el que inventen ellos unamuniano, cuando no el “que les den”, que siempre ha dado cobertura a tanto despropósito e injusticia de puertas adentro. Y la furia española, la fiebre, la calentura, amenazan con volver –el embanaste en Cataluña de esa sujeta de los Comités de Defensa de la República por terrorismo bien podría ser un anticipo–, que parece que muchos políticos estuvieran en pleno acceso de fiebres maltas, como si se hubieran atacado de leche de cabra sin curar, y lo mismo dentro de poco necesitamos un febrífugo.
Y es que, el proyecto de Europa, que por desgracia es una boyante realidad como nido de mercachifles y ley del embudo sectaria y hasta racista, no es solo eso ni queda ahí. Es que, tras la gran debacle del pensamiento y la cultura europea, que llevó a su destrucción, y a falta de un ideario renovado que la eleve a proyecto común asumible –el Culturalismo fue un intento fallido de reconstruir el pensamiento clásico europeo sobre una base instrumental de las raíces del mismo–, se echa mano, y se vuelve a las andadas, de la socorrida razón (alemana, claro), eso que va de Kant a Heidegger (y del III Reich al Holocausto), tan trasnochada como inoperativa hoy y que además, y esto es lo peor, ni siquiera es verdad.
Más bien se trata solo de su parodia, de su remake, que ahora se dice, una secuela, pues lo que en realidad reina hoy es la postverdad, y por todo el continente la verdad objetiva o de consenso es sustituida, tanto en lo político y lo periodístico, tanto en el Procès como en la economía, y la realidad se distorsiona y subjetiviza, sustituida por la percepción de cada uno, que es lo que procede en medio de la democratitis obligatoria, en la que llevar razón es un derecho, y no algo constatable, que es a la que lleva la biodiversidad como norma, a ir contra universidad –o sea, que valga lo mismo un iletrado que un doctor, como recuerda el tango Cambalache–.

Como resultado ya no hay respuestas claras a que atenerse. Y si las que hay son como la de la justicia germana, que las leyes diferentes (¿no será por inferiores?) son opinables y maleables –lo cual es un ejemplo puro y duro de postverdad–, más de uno anda pensando ya en este páramo tan bien pertrechado para el numantinismo, en eso de baja que me apeo (de Europa) porque igual no es ni de verdad y en realidad ni existe y es solo postverdad. Un atracón de postverdad, eso sí. O una pechá, que se dice por aquí por el sur, que, como se sabe, también existe. O eso cuentan las agencias de viajes.

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