jueves, 5 de abril de 2018

La faquira


A la Cifuentes le sobra un máster y le falta un hervor. O más. Como a casi todo político profesionalizado, que acaba apartando de sí el cáliz de las ideas para abrazar el posibilismo como regla para vencer (y permanecer) en esa germanía cuyas armas son la corruptela, el fraude, el trapicheo y otras cosas peores.
Quien perdura pues es sospechoso de lesa inmundicia. Y muy pocos son conscientes de ello. 
Obligados a la endogamia tribal y el familieo de secta, pierden pie de lo real y solo son fieles al relato que se construyen entre ellos, para así justificarse ab infinitum. Y algunos hasta se lo creen, lo cual, ay, es algo humano. Todos pensamos que lo que es bueno para nosotros, o nos lo hemos ganado o es pura suerte –los que nos benefician, fieles al anonimato de la verdadera bondad, raramente salen a la luz–; lo malo, en cambio lo achacamos a otros, a la conspiración malévola tras la que siempre está el culpable real, que, como la mierda, saldrá a la superficie, a flotar. 
¿Negra? ¿No será la que le ha hecho el máster?
Y ésta, que ha ascendido a base de fardar de no ser como los que caían (con lo que eso duele), tras oírlo repetir al coro adulador, se lo ha creído y todo. Como yo me creo que esté segura de haber hecho el máster. Como otros de defender la igualdad o de salvarnos cada día de los malos. 
Son así de increíbles. Y a la que los pillan en renuncio lo niegan a lo Pedro, esperando que el súbdito, deslumbrado por el aura que creen desprender, piense que alguien con tanto glamur no puede rebajarse a falsificar documentos, colarse en una lista, dar un palo (y no al agua), abusar de la posición, hincharse a comer a cargo del erario, usar al chófer de recadero, a los ujieres como mandaderos, gobernarle una pensión extra a la suegra, colocar a alguien para tirarle los tejos, cobrar dietas extras como sea, o cualquier otra bajeza. 
Tan humano todo como fácil de realizar desde la poltrona, y que cuando ya tienes un nivel encargas a otros esbirros más meritocráticos. Que es cuando crees que ése ya no puedes ser tú y, para demostrarlo, amenazas con tumbarte a lo faquir en el sofá de clavos del escrutinio público. Y claro, falta esparadrapo.

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