sábado, 7 de abril de 2018

ZOOM (Crónicos resurrectos)

A menudo la vida se comporta con los humanos de forma semejante al sol que corre allá en lo alto.
Cuando comienza su carrera proyecta tal cantidad de nuestra sombra, que nos creemos grandes, especiales, magníficos, ciclópeos, y a la sombra de nuestro propio fraude solemos cometer los mayores actos de soberbia, quizá ya irreparables de por vida.

Luego, a medida que el astro avanza sobre la vertical, la sombra desminuye y observamos perplejos que no éramos para tanto, y poco a poco, pero sin darnos cuenta, ésta va y se recoge sobre nosotros hasta esconderse prácticamente al mediodia de la vida, sin darnos tiempo apenas a tomar razón de no disponer como sombrilla bajo el sol sino de nosotros mismos.
Entonces, de manera impensable, la sombra vuelve, pero del otro lado, lentamente, agrandándose descreída ante nuestro propio escepticismo, que aumenta en paralelo con ella. Y así sigue, alargándose imperturbable, producto inexorable de su propia declinación, o de la nuestra, arrojando al entorno de cada cual su reportaje, como un escanciado del vaciado de cada trayectoria, volcado ya al final con un espectro deforme, casi grotesco, exagerado y cada vez más pálido y confuso, a pesar de su obstinación: nosotros.
De este modo, hasta el momento en que ella misma empieza a ser absorbida por la otra, la gran sombra que el sol, al ocultarse, te aspira desde abajo, te difumina y te come, primero por los bordes, luego la figura entera, te escala cuerpo arriba y, como una inundación irreparable, te atrapa por el cuello y, en breves momentos, se mezcla con tu cabeza, te la borra y te engulle haciéndote desaparecer, sombra entre las sombras; ve y busca, protesta al maestro armero.

Mientras tanto, cada uno piensa en la sombra que llegó a poder ser, quizá sólo eso, más que un cuerpo, alguien, algo, nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario