domingo, 6 de mayo de 2018

Cuéntame


La postverdad siempre ha existido, al no ser en realidad más que un triunfo virtual del deseo insatisfecho por (no)haber vivido otra cosa que lo vivido. Esa tontería. Así, muchos años después, que diría el colombiano, frente al pelotón de fusilamiento de la edad, he llegado a ver a gente de mi generación acordarse nada menos que del Mayo 68. Bueno, y yo también. Solo que no del mismo. 
Yo recuerdo la confusión invernal que me produjo la negativa a actuar en Eurovisión de Serrat, del cual era fan de transistor –la nueva tecnología, como ahora el móvil, a la que estábamos enganchados muchos adolescentes, tan ávidos de novedades en la paramera vital–, y mi percepción de Massiel entonces como advenediza pesebrera. También recuerdo la frustración que me produjo no poder ver West Side Story, por ser para mayores de 16 años, y yo no tenía ni el carné. 
Eso sí que fue gordo, pues más tarde, cuando la repusieron en el Teatro Circo, verla fue como un alivio. Y mejor además que la contada mil veces por los mayores, lo cual ya es raro. Una prohibición –tan característica de aquella crianza– que debí de rumiar durante todo el mes, tal vez mientras recogía el primer segón de alfalfa o en los numerosos santos al cielo que sin duda se me irían preparando las mates de la reválida de 4º, embebido más en cómo escaparme de otras obligaciones para practicar el Fútbol Total en las eras de la Fiesta del Árbol, que luego patentarían Cruiff y Cia. 
Debido a todo esto, no me enteré del conciertazo de Raimon en Madrid, ni del inicio de las conversaciones de paz en Vietnam. A mí la verdad es que el sureste asiático me pillaba lejos, y bastante tenía con el de aquí, con sus sequías y sus barberos, que no sabían aún ni de los Beatles
Y sin embargo algunos ya estaban al parecer pendientes de lo de París y al tanto de los nuevos fantasmas que recorrían Europa. O así lo contaron, y lo cuentan (y añoran). Y aún hay quien se lo cree. Solo que al final todo ha quedado en otra película, facilona y gratuita. En una de fantasmas, que es en lo que acaba toda historia, todo cuentista y todo oyente. No sé si por desgracia.

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