sábado, 19 de mayo de 2018

Hombres de provecho


El Papa dijo hace poco que es preciso que salgan más santos de clase media, algo que está cada día más chungo, la verdad. Históricamente, el santoral lo forman ricos. Lo demuestra una tesis doctoral de Sociología de la Complutense de 1990 que, sencilla y genialmente, se dedica a rastrear la extracción social de la onomástica, y no hay ningún pobre. 

Lo que pasa es que, a tenor de cómo ha quedado la susodicha clase tras la crisis, gran parte para el arrastre y otra pequeña como los nuevos ricos, comparados con el empobrecimiento general (ricos de juguete, pues), habría que preguntarle al S.P. de cuál de las dos habla. Si bien me temo que, entre la típica transversalidad eclesial (¿habrá algo más atransversao que la religión?) y su redomado populismo che, su respuesta sería más bien sacropodemítica. Aun así, Francisco apuesta con ventaja, al saber que para ser santo hay que tener tiempo y dinero. 
Por eso los parados se dedican menos a salvar que a ser salvados. Y a la que se desmoralizan se les oye decir que estudiar no vale para nada. Y no es por la inflación de títulos, la burbuja universitaria, la espiral meritocrática, la locura de la curriculitis, la titulitis y otras titis, y que todo ello no sirva ya para promocionarse; es que con los ricos no hay quien compita, con lo que vale un máster o los años que cuesta una carrera. 
Lo mejor pues para hacerse un hombre de provecho es meterse a político (aunque no dispongan de tiempo y tengan que hacer las carreras en un año). Pero claro, esa es una universidad también con numerus clausus, y no todo el mundo aprovecha para ser un sinvergüenza. Y claro, los pobres, ante todas esas barreras, acaban volviéndose pasivos, lo cual les cuesta quedarse fuera de la meritocracia y no ser propuestos para beatos, víctimas del mindfulness, eso que ahora se lleva tanto para luchar contra la dispersión vital y lograr objetivos, y de lo cual ellos mismos son unos adictos, todo el día ahí, atentos, buscándose la vida, conscientes, pendientes de sí mismos y sus necesidades, libres de prejuicios y concentrados en lo suyo, que es sobrevivir. 
Y así no hay quien haga méritos. Y menos para santos, por supuesto de clase media.

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