sábado, 23 de junio de 2018

Ficciones y contradicciones. Contribución a la crítica de la ecología política (para un planeta más justo, naturalmente). Post-it 2.

Cuestión Tegucigalpa (Hemeroteca)

Llámase así al único punto del orden del día del MCLVIII Congreso de Asesores de Comités Editoriales, enunciado: “El otro, por ejemplo”. Como lo oyen. Bueno, como lo leen.

Ya esa coma era sospechosa de lo azaroso del tema y que lo interesante era un viajecito al trópico. Y más cuando el comité organizador la justificó como una errata de imprenta. Pero es que también el subtítulo, “Nuevas normas de etiquetado y código de barras”, despertó más de una coña, debidas más al buen ambiente y desenfado que se respiró en todo momento en el hotel Royal Gamba, de lo más apropiado para el evento, pese a su nombre.
Bueno, pues sin que nadie supiera muy bien cómo, en una de las comunicaciones, no recuerdo bien si tenía como enunciado el de Sartre, “El infierno son los otros”, que era extemporáneo por versar sobre los problemas de control electrónico aún no superados en la venta directa de libros a través de reuniones en comunidades de vecinos, los representantes de las editoriales confesionales empezaron a zapatear, creímos que por alusiones, pero no. 
Para asombro de propios y extraños, se quejaban de que el congreso no transcurriera en latín, que era la lengua de Linneo, poniéndose tan pesados que se pasaron todo el rato dirigiéndose a la mesa en lenguas muertas. Lo cual dio lugar al absentismo y a que muchos hasta allí honestos científicos iniciaran una carrera más que notable en la golfaina y el chupe, lo cual llevó a los confesionales a presentar una contraoferta con el título más que insidioso de “El infierno son las otras”. 
Menos mal que fue en latín. Y que no había nadie. Lo cual, para vergüenza general, les daba la razón. Y como estaban prácticamente solos, lograron incluir que al menos las conclusiones se hicieran en griego, creo que para conferirles ‘más poiética’. Además, se nos impuso la humillación de tener que presentar cada uno su aportación en una de las lenguas escogidas. Yo, por ejemplo, fui obligado a recitar en griego la sentencia de Epicteto de que Ser libre es querer que las cosas sucedan como suceden, y creo que dije que las cosas suceden como suceden por tener libertad, para risita de los otros, que es por lo que digo que el síndrome Tegucigalpa de hablar a la guacamaya tendría que tenerse en cuenta. Y no etiquetar tan pronto a la gente. Digo yo.

De todo ello se nos entregó un memorando de actividades elaborado bajo su supervisión, que querían se aceptase como catecismo multilingüe (y con razón, pues sólo Dios sabe lo que allí ponía). Gracias que no lo consiguieron, pues en él se reflejaban tanto las actividades lectivas como las extraconyugales, según alguna esposa del gremio a las que los maridos les regalaron el mamotreto como si fuera oro molido, pudo descifrar por videncia o por algún curso intensivo de lenguas difuntas. Gracias a esa extralimitación de la huelga de celo –de los confesionales, no de las consortes–, fue cómo nos enteramos de qué pasó, tanto de puertas adentro como de afuera (aunque en lo segundo siempre se exagera mucho), por no estar, con tanto fragor intelectual, del todo conscientes durante lo que fue el evento.

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