jueves, 14 de junio de 2018

La jauría


Principios, valores, ideologías. Esas son las premisas sobre las que no paramos de oír que ha de descansar –curiosa palabra para prefigurar su devenir– la sociedad.
Leyes inmutables  como motor del vano afán de ennoblecerla. Y paradoja verbal que por eso mismo deja todo en pura palabrería, pues la realidad es que hoy, más que nunca, lo que nos mueve, o no, son convicciones pasajeras, ideas tan asentadas, que son desplazadas a diario por otras al grito de quítate tú para ponerme yo. Pura mutación, pues. 
Y así vamos mejorando la civilización, como dijo aquel torero de un banderillero suyo que había acabado siendo médico: degenerando. Así, a que un ministro dure 6 días y al séptimo descanse, por dimisión, se le llama excelencia democrática. Aunque él lo achaque a la jauría, que unos han visto en el sector homo –“ya puede tener cuidado con el lobby”, me dijo uno, así, críptico y en etéreo, como quien habla de La Nube, nada más nombrarlo–, y otros, más facilones, han identificado con la canallesca, tan dada por lo visto (y oído) a crear S.A’s para engañar al fisco espuertas de dinero, que como se sabe un plumilla se levanta cada mes. 
Los mitos de la prensa y las inquinas que despiertan en el común de las bestias. Y algunas verdades evidentes, también, como el chaqueterismo de muchos mediáticos, más socialistas que la madre que los parió al día siguiente mismo de la moción de censura. Claro, allí donde la doblez y la farsa son moneda común, cómo iba a faltar entre sus voceros. 
Aquí, digámoslo, junto a convicciones tan asentadas como que la justicia no existe o que la derecha es la canalla padre –la izquierda, igual de deleznable, sigue teniendo bula, por pura inmadurez política–, no hay mayor precepto moral que engañar a Hacienda, y cualquiera que lo haga es un héroe, aunque de boca p’afuera haya que demonizarlo. 
Es nuestra doble moral –pues cada país tiene la suya–. Que en política da lugar a lo rocambolesco de que a los catalanes, con la execrable derecha, se les negase el derecho a votar, y ahora sea la rimbombante izquierda la que se lo niega a todo el mundo. ¿Justicia poética? No, puro cachondeo.

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