jueves, 7 de junio de 2018

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El otro día uno del PP, tan lustroso él, fue y me saludó, y, parece una tontería, pero me dio el día. Yo es que, si ya llevo mal lo del saludo, si lo hace un político, así, sin anestesia ni nada, me pega la mañana, tú.
Y me la pasé reinando, cavilando qué habría hecho yo, algún fallo, una sonrisa emitida, un gesto amigable, algo, para que se permitiera tal urbanidad después de años. 
Y sintiéndome culpable me obsesioné con estar en las últimas. ¿Tan mal estoy? ¿Tanto he caído? ¿Cómo me habrá visto para portarse así? Pensé arrepentido por mis erradas dudas y mi maltrato de años a gente tan incomprendida, abominando de mi propia ingratitud, confuso al ver que yo, que me creía que les faltaba mindfulness (o escasa atención, sobre todo a los demás, que no hay que confundir con fijación, que en eso van sobrados), era el equivocado y con una carencia total de empatía que hasta ahí les achacaba a ellos. ¿Pero cómo podía haber estado tan ciego, con todo lo que han hecho por todos? 
Vista del corral tras una moción rutinaria de acareo.
Y así, venga psicoanalizarme y buscar la “cagá lagarto”, la solución a mi ronda rondando al imposible cerrilmente metido en mi mollera, proyectando mis propios fantasmas y tontunas en el percance, hasta casi entrar en una pesadumbre compungida que a pique de deprimirme por comportamiento impropio, y llegar a representárseme como gente buena y hasta simpática. ¿Simpática? 
Y ahí fue donde se me encendió el piloto, dándome cuenta de mi arrebato de piedad mal entendida. Y de repente caí en que solo hacía tres días de la moción de censura contra Rivera…, perdón, quiero decir Rajoy, que cualquiera diría que éste y Sánchez se habían puesto de acuerdo para hacerla como un seguro contra futuros de PP y Psoe, y llevada a cabo como se acarean las gallinas dispersas en un corral a golpe de “¡pitas, pitas!”. Moción de acareo y sus efectos de verse más de uno ya fuera del chollo, que vi como la causa de tan inesperada salutación por el ínclito individuo. 
Y recordando que años atrás me había pasado lo mismo con un sociata en trance similar, me recuperé de tan desasosegante (y tonta) falsa alarma. Moraleja: cuando un político te saluda no es culpa tuya, es que algo le falta. Y hay que corresponder al saludo, sí, como bien nacidos. Pero con la mano bien agarrada a la cartera. O estás muerto.

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