martes, 26 de junio de 2018

A devolver

Junio es el mes por excelencia de las devoluciones. Como si nos hubiéramos empancinado de sombra y lluvia y al llegar san Juan quisiéramos recuperar el imposible occidental de ser nosotros mismos, qué inmensa tontería.
Los hijos, por ejemplo, que después de haberlos devorado como Zeus, quisiéramos regurgitarlos para revivirlos y reconocernos en nuestros vómitos. Sólo que eso es bastante difícil. 
Si le hacemos la prueba de ADN a lo que queda de ellos veremos que ya no son nuestros en su mayoría. Usted manda a un hijo a estudiar y vuelve analfabeto. Si a afeitarse, barbudo. Y si virgen, ni hablemos. Durante estos días, riadas de ellos con traje “se gradúan” frente a iguanas de capisallo y mirada bovina. Es su primera comunión intelectual, aunque no sepan el padrenuestro. La mayoría celebran no tener que leer más libros en su vida. El que los haya leído.
Pero dejémoslo. El paradigma del padre frente al hijo es el de aquel que envió un paquete con un libro a una dirección, y tiempo después, al serle devuelto por “destinatario desconocido” o “ausente”, abrió el paquete y se encontró con otro libro. Y sin pensar que él mismo bajó a por tabaco fumando negro y compró rubio, surge el complejo de culpa paterno. Tenemos la manía de mandarlos a la guerra sin pensar que nos devolverán distintos incluso sus cadáveres. 
Y si cuando estaban vivos nos negábamos esa posibilidad, queremos sin embargo asegurarnos de que se hayan convertido en nuestros muertos auténticos. Para que nuestra alma inmortal siga siéndolo necesitamos cadáveres ciertos para poder pasar página tranquilos. Así es como una sociedad vital, alegre y jovial, rechaza la muerte, por fúnebre y marchita. Siendo ella tan tanática.

Y nos empecinamos en exhumar nuestros propios restos del cuerpo que nos queda, como pasa con Lorca, que hasta que no sepan su paradero, por lo visto muchos no podrán aprenderse tranquilamente el romance del Camborio. 
Vivimos convencidos de haber recibido un cuerpo –individual y social– equivocado y estamos empeñados en que nos devuelvan el legítimo para que la muerte no sea una simple metamorfosis de la vida, tan sutil como un cambio de estado, como el casado se obstina en ser soltero. Y así no hay forma. 
Vamos a los rayos Uva o nos ponemos a desmagrar para que el destino nos devuelva aquel cuerpo perdido que en algún rincón guardará un alma. Para sufragarlo contamos con que Hacienda nos devuelva la fianza. Sólo que Hacienda, como la vida, a veces falla.

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