lunes, 18 de junio de 2018

Ya empezamos de albañiles. Parábola sobre la reconstrucción de España, que sigue.

No estoy seguro si fue el Guerra el que, toreando en La Coruña, cuando aún no era nacionalidad, y decirle un periodista qué lejos le pillaba Sevilla, dijo aquello de “lo que está lejos es esto; Sevilla está en su sitio”.
Con esta paletada de carallo el torero expresaba no obstante la idea etnocéntrica tan generalizada entonces de la patria, tan próxima en la lejanía, que casaba perfectamente lo local con lo general. 
Mucho tiempo después, un paisano suyo, con su mote hecho apellido, predijo que cuando terminasen con España no la iba a conocer ni la madre que la parió. Y aunque algo de eso pasó, a juzgar por lo que llevamos visto, resulta que es que no habían acabado y tienen que seguir con la mejora. La reconstrucción de España, segunda parte. Algo parecido a como hacen los albañiles cuando te meten los trastos en el domicilio y te dicen “no se preocupe usté, que va a quedar contento”, ya se sabe que el proletariado (y los que hablan en su nombre más) es de boca caliente, arranque de caballo y parada de burro, y tú, mientras, recogido por la suegra o aún peor, en la parcela, sin saber cuando plegan.
Claro que tampoco sabes bien cuándo empiezan, aunque mucho antes de hacerlo ya te han dejado las espuertas con el nivel, la maceta y el escoplo en el recibidor, e invadido el salón con dos regles llenos de pegotes, un tablón y las tijeras del andamio. Es la guerra psicológica, para que te vayas haciendo una idea. Luego, cuando enganchan, te echan, aunque te digan eso de que te vas porque quieres, y que no estorbas, entrándote un complejo de señorito que luego a luego te traiciona hasta invitarlos a una cerveza, que se beben de un trago con el achaque de que tienen que volver a escape al tajo. Y ya estás pillado.
A partir de ahí ranrearán todo lo que sea menester, bajarán a por tabaco, porque como las ventanas están abiertas la casa ya no es un centro de trabajo; se perderán una semana porque les ha salido una cosilla en otro lado; irán a por una miaja de yeso, que se les ha olvidado; te cuestionarán inevitablemente que hayas elegido ese panel ligero (“una mariconada”) en vez de poner ladrillo del nueve; se reirán del aparejador –si les nombras un arquitecto igual se largan y todo–, y eso sí, te dirán que tapes esos libros, “mia no les caiga un churlitazo de masa. ¿Y qué es lo que ha estudiado usté?”, descojonados a la que te das la vuelta.
Eso, por no hablar de cuando te preguntan lo de “¿dónde quiere usté esto?”, para a continuación ponerlo en otro sitio, o el famoso sarcasmo cívico de “tenga usté cuidao, que está todo perdío y se va a manchar”, anticipo del fangal que heredarás con la entrega de la obra y que pondrá en peligro tu matrimonio además de tu hacienda. Aunque algunos aprovechen precisamente el advenimiento de tal operativo para tronchar ambos y, al grito de “¡conforme entre un obrero por esa puerta, yo salgo por la ventana!”, descasarse en el más amplio sentido del verbo carnal.
Sí, para eso pueden ayudar. Incluso llegar a ser una buena operación de castigo contra el vecino, y machacarlo con voces, picachas, brocas, batidoras, o la torturante radial. Para eso están sindicados y deben ser solidarios. Digo los vecinos. Pero si piensas seguir a tu marcheta vital, lo peor que puedes hacer es meter en casa un comando de iconoclastas con mono. Que viene a ser lo mismo, mutatis mutandis, que meter paneros (tanto por la pana como por la hogaza), que a diferencia de los currelas entre ellos no hay ni un justo que no piense en entregar intactos los huesos al Altísimo, o a Belcebú, tururú.
Hombre, estamos de acuerdo en que no hay casa que no necesite una pellada, repasar los tabiques palomeros del cielorraso o repintar un inglete, pero darle las llaves (y la cartilla del banco) a un arreglaespañas para que te la deje hecha un yacimiento de empleo, además de llevarte directo a la arqueología, por aquello de estar cavando tu propia fosa, o mejor metiéndote en la que te proveen a un precio de amigo, tratándote bien y por ser tú, es una gabela que te convertirá en pasto de la internacional currelante, pues los oficios son como los tordos, gregarios y seriados, por mucho que se pongan verdes unos a otros de informales e incompetentes.
Para colmo, cuando hayas confraternizado un poco con ellos, lo que quiere decir cuando les hayas hecho de recadero y comprendas que te tienen de chiquillo –sin capones, eso sí, menos mal que la violencia ya no está permitida– ni siquiera por la costa, y que los que se van a ir a ella gracias a ti son ellos, y que lo tuyo no llega ni a contrato basura, pues ni el oficio te enseñan, verás, sentirás, mejor, porque lo sacarán de tus carnes, que los jodidos amanuenses se ríen del calendario y llegan a fin de mes como unos tíos, fumando americano y churrando escocés, y tú ahorrando para cambiar de ordenador.
¡Cuidado! Detrás de cualquier albañil
           puede haber un Pedro Sánchez.
En ese momento tú estarás ya en esa disyuntiva anímica entre querer ser como ellos cuando seas grande y no explicarte cómo aún hay gente que le gustan. Es el famoso síndrome de “esto es el colmo”, que suele acompañarse del suplemento sacado de la planta de desvaríos de “a estos los va a votar otra vez su puta madre”, que es cuando sospechas que se te han cruzado los cables, que estás esquizofrénico y los estás confundiendo con los padres de la (nueva) patria…, y ese será tu último error, porque sí lo son. Son ellos, disfrazados de paletas, como podrían haberlo hecho de oficinistas, de panaderos o lo que sea, con tal de pegártela para que les des el sí, se te claven, dejarte empantanado y si te vi no me acuerdo, y las quejas al maestro europeo.

Y ves que las dos alternativas son igual de malas: si los echas a medio, reza; si te esperas, confiésate. Suspiras y lanzas una plegaria: “Así les caiga un castigo, Dios lo premita, o el ferrolano, allí donde esté. ¡Julio, ven y llevátelos!”, exclamas mirando  la techumbre. Entonces ésta se desconcha y te cae en plena cara, y desolado compruebas que otra vez te has puesto a implorar al Iglesias equivocado, y ves que sólo te queda llorar. Moraleja: la vivienda sube porque todo el mundo se busca una de repuesto por si tiene que empezar de albañiles. 

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