viernes, 19 de abril de 2024

Rentas

 

La declaración de la renta siempre suscita alguna reflexión fatua, más allá del tópico que un pobre pensionista (que es un decir, por si jode) como yo tenga que pagar, y que a un pobre rico típico le salga a vomitarle la caja registradora. 

Una nimiedad irrelevante que podría explicarse por otra hipérbole surrealista, como es que un negociante como el novio de Ayuso, uno más de la Europa de los mercachifles, y de ahí su esencia, sea embanastado por no cotizar lo debido, y una serie de malversadores de caudales públicos sean amnistiados (fiscalmente, además) por el hecho -iba a decir mero, pero en realidad son escualos- de ejercer, o mejor, hacer de políticos, aunque ello suponga establecer una diferencia demasiado optimista entre muchos políticos y la delincuencia.

 Lo que establece no solo un precedente para futuros navegantes por el proceloso mar del trapicheo de la vida, sino también un referente, que es algo de más alcance al elevar a categoría moral al que defrauda, despilfarra o roba a manos llenas si está bien legitimado (y hasta beatificado por su peña), mientras que el ciudadano del montón que hace una pifia o comete un “error” -y aunque el ciudadano “novio de” ya no sea tan del montón, al estar más bien subido encima de él-, es perseguido, mortificado y esquilmado a porfía inspectora como bandidos in pectore (aquí ins pectore). 

Y da que pensar. Pues quizá por eso haya tanto canalla metido en política, ya que es el único, oficio iba a decir, pero me abstengo, y digo empleo, en el que está permitido, e incluso obligados, a despachar el dinero de los demás sin más control (ja, ja) que el de ellos mismos. Y a la inversa, el que tira de veta con dinero propio, sea ganando o gastando, es vigilado y penalizado como una rata. 

Y es que es ahí donde estriba la clave del asunto. Pues el dinero público no es de nadie, al ser de todos, y por tanto es de quien lo tiene y disfruta, que son los políticos. Y el dinero privado siempre es de alguien sospechoso, y por lo tanto expropiable. Por el bien de la humanidad. Y el caso es que luego, los que más pagan son los pobres. Claro, los sospechosos habituales.

sábado, 13 de abril de 2024

Sumario

Sánchez debería de investigar el Maserati del novio de Ayuso para incriminarla. Nada mejor que restos de semen como prueba concluyente de corrupción en pareja. Lo malo es si el ADN no coincide con el de ella. Aunque hacerlo en un Maserati, que debe de ser peor que en un Simca 1000, la convertiría más aún en superwoman. Y yo con estos pelos. 

jueves, 11 de abril de 2024

Una edad


Una de las cosas buenas de la edad –¡arrea, si hay una!– y los de mi quinta me darán la razón, por una vez, y aunque sea un mal síntoma, es que no hace falta ser felices directamente, pudiendo serlo por delegación.

martes, 9 de abril de 2024

Un Quijote para Sanchos (2005)

 

Yo tenía preparada una confesión para el Quinto Centenario del Ingenioso Hidalgo, pero como estoy viendo que lo mismo no llego, la voy a hacer en el cuarto; será menos solemne e impactante, pero así al menos mis detractores transpirarán tranquilos. Me acuso, pues, de que jamás he conseguido leer completo El Quijote. Es más: dudo que lo haga algún día. Ni mi cuerpo ni mi mente están ya para deportes de riesgo. Es más todavía: creo firmemente que no deberían encumbrarse tanto en la escuela ni libro ni autor, ni mucho menos animar a inocentes educandos a aficionárseles. Sinceramente: es como darle papilla de cereales a un mamoncete y la mejor manera de que un neófito abandone para siempre la extraña perversión de la lectura, pues, como recordaba hace poco Delibes, considerado el cervantino superviviente, él se inició por desgracia con ese libro. Y no le ha ido tan mal, dirán algunos. 

Claro está que el maestro demostró ser un depravado total que, superando ese tremendo escollo estigmatizante, ha conseguido páginas de altura no sólo semejante sino actualizadas. Pero seguramente le hubiera ido tan bien, y seguro que mejor a nivel personal, de haber empezado sus pajillas mentales con Stevenson o Salgari, debidamente traducidos y tamizados, que es la sangre con que mejor entra la letra, ya que la traslación hace las veces de excipiente de tu mismo grupo sanguíneo para tragar y asimilar tamaña medicina transfusiva.

Personalmente, mantengo que El Quijote no sólo es muy largo –ahora hay quien dice extenso, como si los libros se midieran en hectáreas– sino lo que es más irremediable: es intraducible. Sé que esto suena a absurdo drama, pero dada la hipócrita devoción con que el libro se venera entre nosotros, cuando mayormente pasamos de él como de un truño, y el que dicho culto seguramente provenga tanto de haber triunfado traducido en el extranjero como de su proselitismo por generaciones como la del 98 y parientes, que es como si fueran extranjeras, corrobora sin embargo mi certidumbre de que, para ser debidamente apropiable, intelectual (o ética) y estéticamente, un libro debe ser adoptado por el canon principal que rige por principio todas esas categorías añadidas. Me refiero al lenguaje. Y ahí está el problema.

Cualquier traducción de un libro a otra lengua se hace de acuerdo a la necesidad de entendimiento del momento. Salvo los ex libris o una traducción lo más “facsímil” posible, la inmensa mayoría de los libros se traducen abiertamente, no a la antigua versión de esa lengua sino a la del día. Todo lo más, y dependiendo de la generosidad del traductor, se les añade ese toque de “autenticidad” morfológica o semántica con aire de búsqueda de raíces, que siempre va por modas, tan propio del método historicista o genético de cada idioma, pero manteniendo siempre esa prioridad de integración lingüística que les es inherente, pues idioma quiere decir eso precisamente, la forma en que se representan las ideas. 

Relevado así de buena parte de sus compromisos para con el original, al que la traducción convierte sencillamente en referente, algo que no puede hacer la lengua madre con un texto propio, la lengua de adopción logra siempre versiones más cercanas al pensamiento y al habla de un tiempo y un lugar (a su vida, en suma), consiguiendo por norma, y más si se trata de obras universales e intemporales, un éxito mayor que entre sus supuestos isoparlantes, y digo supuestos convencido de que la lengua del Quijote y la de ahora no son la misma.

A estas alturas cabe preguntarse por qué esa gran acogida entre extraños y el enorme éxito que al parecer acompañó al libro entre los lectores de su época no se repite hoy en día, porque, dejémoslo claro, El Quijote no es en modo alguno ningún éxito de lectura, por mucho que muchos lo tengan como libro de cabecera, como no sea que lo utilicen para retrepar la almohada o algo así. ¿Puede El Quijote ignorar impunemente la teoría de la relatividad sin someterse a sus leyes? A lo mejor. Pero exponiéndose, como cualquier objeto que ha logrado traspasar la barreras del tiempo, exportándose a otro tiempo-espacio, a convertirse en una especie de agujero negro difuso e indefinido, que sirve para hacer ensayos, conferencias, artículos tránsfugas como éste, y conmemoraciones en las que sirva de regalo unisex utilitario, pues el que regala bien vende, aunque también podría decirse que lo regalado, ni agradecido ni pagado (ni leído en este caso), y ahora se van a regalar a ríos, a pique de que, como con el cojín de los setenta, surja la frase difamatoria y ridiculizante de “a mí también me van a regalar un Quijote”, en vez de encarar definitivamente lo que desde hace un siglo viene pidiendo a gritos, si tanta consideración nos merece.

Sé que es un herejía, pero, qué le vamos a hacer, la pregunta es obligada: ¿Por qué no se intenta de una vez traducir El Quijote? No me estoy refiriendo a realizar la enésima versión reducida, infantil, actualizada o simplona para mastuerzos, ni a cargárselo con una versión rap o en SMS, sino una en que, por fin, sin vulgarizarlo y sin derramas de su esencia, lo haga accesible a la respetable buena gente lectora que no se atreve a hincarle el diente por miedo a no pillar ni giros ni vocablos, ni sintaxis ni sentidos, y que siguen preguntando con esperanza pero con la mosca en la oreja a los que alguna vez nos hemos acercado si realmente “eso” es tan bueno. 

Ya sé que sería un texto desvirtuado. Pero leído. Y no sería la primera vez, pues dudo que lo que circula sea la versión genuina. Y si se hace bien, aun distinto seguiría siendo uno de los mejores libros disponibles. ¿Es que alguien cree todavía que el Dante es el que muestran las versiones recibidas, o que el tarareado Shakespeare, de no jugar con la ventaja de las licencias poéticas y algunas actualizaciones, podrían leerlo ingleses todavía más anglofilizados que nuestros jóvenes? O no tan jóvenes, porque a lo mejor de ese modo, algunos hasta lograríamos terminarlo. Con la cantidad de sesudos que hay por ahí zascandileando de floreros de púlpito en púlpito y de fasto en fasto, ya se podría haber hecho. Lo mismo entonces, no había ni que regalarlo, y hasta lo compraba alguien.

jueves, 4 de abril de 2024

En guerra

 

En general, todos morimos antes; lo que no sabemos es si caeremos antes por una calorina climática o por una socarrina nuclear de la guerra interminable que no deja de venir.

viernes, 29 de marzo de 2024

El mozaje

Los adolescentes están cada día más locos. Literalmente. Es como un virus que da la cara en cuanto llegan a la ESO esa, que parece inventada, diseñada como una mili púber para superar la edad del pavo -y así está de fracasos-, un campamento con jura de bandera de apollardamiento extático.

jueves, 21 de marzo de 2024

Medianitis

 Más de la mitad del gentío se declara de clase media, lo que no deja de ser una declaración de intenciones, pretender pertenecer a algo que fue y que ya apenas existe.

lunes, 18 de marzo de 2024

Autocrítica (2005)

Desde las filas gubernamentales y sus medios, o al revés, que también valdría, se viene difundiendo la especie peluda y sospechosa de que en la oposición no hay autocrítica.

jueves, 14 de marzo de 2024

La gresca

 

Altos funcionarios del estado (jueces, fiscales, inspectores) se están organizando para resistir los ataques del ejecutivo y sus mariachis.

martes, 5 de marzo de 2024

Fakes

Hoy, en el llamado Día de la Mujer, me pregunto si todo esto no acabará en otro fake. La historia está llena de ellos. La abolición de la esclavitud, por ejemplo, es de los más sonados (y soñados, pues ahí sigue, de muy diversas formas).

jueves, 29 de febrero de 2024

Lecciones


En Primaria hay una materia, quizás la más aberrante por representar fielmente el sistema gilipobuenista que engendra esa escuela, que da por supuesta la relación natural y positiva entre el Medio Ambiente, la Sociedad y, ahí es nada, la Cultura. Por pedir que no quede. 

viernes, 23 de febrero de 2024

Perder, o no

 Aunque sea utópico, distópico, atípico y menopáusico, si Sánchez leyera un poco a Fray Luis: “Alargo enfermo el paso, y vuelvo, cuanto alargo el paso, atrás el pensamiento; no vuelvo sino que antes miro atento la causa de mi gozo y de mi llanto”, pues eso, se daría cuenta de que su táctica, basada en esa teoría de que el que pierde, gana, quizá necesite unos retoques. 

martes, 20 de febrero de 2024

El gran suceso (2005)

 

Las páginas de sucesos desaparecieron como tales de los periódicos en la Transición, por resultar inconvenientes políticamente, tanto en el sentido inglés de la palabra political, o cívico, como en el más crudo y directo significado español. 

jueves, 15 de febrero de 2024

Carnavalada

 

Esta semana, algunas parejas habrán aprovechado que San Valentín caía en miércoles de Carnaval para enterrar la sardina, o el satisfyer, o lo que fuera.

viernes, 9 de febrero de 2024

El campo

 

Lo del campo no tiene solución ni lloviendo. No es que sea cosa de locos; es que están locos.

sábado, 3 de febrero de 2024

Porca sequía (2005)

 En National Geographic hay un anuncio que empieza muy bucólico y termina con un tétrico “todos los años las mulas y los burros producen más muertes que los accidentes aéreos”, en lo que parece una especie de aviso de que, por mucho que en ese canal vivan de los animalicos, no pretenden caer a su nivel intelectual.

Letras pa'l cante: Malagueñas o granaínas o cartageneras o fandangos

 

La quiero como si fuera

o porque ella es de cristal,

el agua donde mirarme

y verme con claridad

sin miedo de avergonzarme.

 

Yo pensé que estaba en ti


la luna, por la ventana,

cuando, al asomarme, vi

que era la dulce mañana.

Ay, qué bien que me dormí          

 

viernes, 2 de febrero de 2024

Al pan, pan

 

La empresa catalana Bimbo, al amparo del acuerdo del Gobierno con los independentistas de meter caña a las empresas huidas para que vuelvan al redil, se va a pulir a un montón de trabajadoras de su planta alicantina, a sabiendas de que renunciarán a trasladarse a Guadalajara o Barcelona para mantener su empleo. 

viernes, 26 de enero de 2024

El sofrito

Ni perdón ni olvido. Con esa frase antiguamente, o sea hace un plisplás, se instaba a no pasarse un pelo del muñón en lo que fuera. Pero en los tiempos azules, o grises, todo eran líneas rojas. Ahora más bien van del rosa al amarillo, y otras del rojo al gualda, curiosamente los mismos colores tanto de los que quieren estar fuera como de los que quieren que todo el mundo esté dentro, aunque terceros pensemos que, cuanto menos gente, más claridad. Pero no la vayamos a liar. 

La cosa ahora se dirime entre los del perdón pero sin olvido, y los que directamente están por perdonar, olvidar, pagarse unas cañas (a cargo del erario) y, si viene a mano, hacerse una manola (pero sin mariconadas) sea por turnos o a los chinos, tú, que es más igualitario. Eso de ni perdonar ni olvidar está muy pasado. Lo guay, pero del Paraguay, del mismo Asunción, es amnistiar. 
De hecho, hay una competición con ello, y la cosa va ya para deporte, ya veremos si olímpico. Así la Yoli, cuyo oficio es ser más chachirouge que sus socios o compinches, propone ahora amnistiar a guardias civiles por sindicarse. Bien. Claro, que después del gran indulto de criminales sexuales perpetrado por su compi de entonces, doña Irene, con su ley Sisí, lo demás viene ya casi obligado. Ya se sabe, se empieza indultando y se acaba amnistiando a cualquier terrorista, siempre que sea bueno, claro, que también los hay, y no lo sabíamos. El sanchismo tiene eso, que se aprende mucho. 

Pero, por amnistiar que no quede. Así es que a ver si llega la cosa al aceite de oliva, que eso sí que tiene delito, el muy condenado. Sea vía distribución o supermercados, o repartidores de internet, pero que lo amnistíen. O al menos que lo indulten, porque sin él peligra lo que según últimas investigaciones es una de las claves de nuestro confort: el sofrito. 
Esa simbiosis culinaria base de la civilización y síntesis perfecta del bienestar ha entrado en peligro de extinción y no nos lo amnistían. No sé si por considerar su rescoldín terrorismo del malo, y contra derechos humanos, o porque ellos comen por cuatro perras menús de tres tenedores en el economato del Congreso. A saber.

miércoles, 17 de enero de 2024

Bestiario

 

Sánchez no ha ido a Davos a tratarse con los dirigentes mundiales. Ha ido a refrescarse. Como hay tanta gente deseándole que mia si le cayera un nevazo, y como el nevazo no llega, él se ha ido al nevazo, pero así, sin esquís ni nada, solo con el Escrivá (para que tome nota, o para epatarlo, dada sus raíz esteparia), consciente quizás de que entre él y Junts, o él, junt a Junts, andan pegándole otro giro de tuerca al calentamiento global por estos lares -y si no, ahí están los termómetros de enero, los de la Aemet y los del CIS-, y de calentón en calentón, luego a luego se gripa el motor, y colorín colorado, que dijo el otro. 

Y aquí se dejó al mariachi para cumplir con San Antón, que hoy día es posiblemente el beato de más alcance de todos, al celebrar su onomástica las y los bestias de la tierra, que como se sabe han sido relevados de esa condición para pasar a ser mascotas, personas bestiales, si no viceversa, y animales civiles -que no civiles animales, muy distinto-; que es algo así como cuando el comunismo te elevaba de paria a proletario dándote un pico o una pala, y con eso ya estabas aviado, solo que estos, con derechos, digo los animales, porque proletarios proletarios hay ya muy pocos, y además son de Vox, que no sé si es sanantoniano o joseantoniano.

 Las personas, quiero decir las de dos patas, es otra cosa. Porque es que, por no tener, no tenemos -y me incluyo, con permiso- ni santo patrón que nos bendiga. Ni siquiera ellas. Ni aunque algunas tengan dos patas de escándalo. Pues ni así. Ni por discriminación positiva. Cada año, van y les cambian la onomástica, y no tienen ni siquiera una santa fija ni hisopo que les moje. Este año les toca Santa Beata y Santa Herenia, el 8 de marzo, digo. No me digan que no es un escarnio. 

Y el año que viene, ya veremos. Lo mismo les cae San Diocleciano, y adiós mis pavos. Hasta para eso han tenido las pobres mala suerte histórica con el patriarcado de los cojones. Aunque, tal vez por simpatía con el animalismo, sí que tienen perrito que les ladre. Incluso muchos, que las señalan como causa de la discriminación masculina. ¿Es o no para ir a ver al santo?   

jueves, 11 de enero de 2024

Sobras

 

En cuanto acaba la Epifanía, empieza la carestía. Y según se entra en el limbo litúrgico -hasta el domingo de Carnaval-, en lo gastronómico, la pitanza que acompaña a la fe, que más que montañas mueve quijadas, el limbo es ya ostentóreo, que dijo Jesús Gil, el creador de esa síntesis de la Navidad, entre ostentosa y estertórea, aún no recogida por la Academia. 

Y es que este periodo aún por calificar, perdido entre el ahora semifrío del sol con uñas y la escarcha, si antes era el reino del gorrino, ahora, ya sin matanzas -aparte la de Gaza-, es la época de las sobras por doquier, en la que rige una ley de bronce, o de plástico ya, más bien, que dice que el dispendio comestible es inversamente proporcional al gasto en las rebajas, o a más búsqueda de chollos menos chicha en el puchero. Aunque no es asunto solo económico. El tiempo es clave. 

No se puede estar toda una mañana tras una sudadera Nike medio original, con lo que eso lleva de cafeteo, charleta, hacer el mandao, fichar en el gimnasio, o sea entrar y salir para quedar bien con el buen propósito, y a la vez preparar unas cocochas con almejas y alcachofas, tres cosas netamente incompatibles con la ideología para sobraos y faltacos del periodo, el más largo del año, y no solo para ellas. 

Pues si las mujeres ya no lloran, sino que facturan, qué decir de los hombres, que por estas fechas generan tanta o más facturación, en tiendas y almacenes. Porque aquí todo el mundo factura, como debe ser en una sociedad abierta e igualitaria. 

Y claro, si te tiras todo el día facturando, comprando novedades de oferta, última moda y lo más in, lo lógico es que, siguiendo la ley referida como universal, en la cocina priven los restos de serie, entendidos por tales la ropa vieja, esas piltrafillas de carnujas de diversa índole, procedencia y fecha, descongelados varios, y otros escuerzos protagonistas del comistrajeo tan incalificables por la iglesia como la época postepifánica, que es, a lo que se ve, la de las sobras completas y la que te deja pínfano, más que de frío ya, de gusa de comida como Dios manda. Y como éste no manda nada fijo por estas fechas, pues eso.

sábado, 6 de enero de 2024

Envidia, caridad y consumo (2005)

 

Una vieja práctica del pensamiento occidental es la de explicar el mundo a partir de ciertos defectos o virtudes inalterables del ser humano, que una vez fijados por la moral definen a las sociedades de manera casi incontestable, y no me estoy refiriendo a autores más o menos folclóricos, como Díaz-Plaja cuando hurgaba en las vísceras de las idiosincrasias con aquello de los siete pecados capitales, sino a cómo lo más escabroso del género humano ha servido para armar teorías según las cuales el mismo desarrollo económico y social, y no sólo las mentalidades de época, viene determinado por lo ‘negativo’ de las personas, léase sus vicios.

Naturalmente, esa tendencia siempre ha sido más acentuada en los países anglosajones, donde desde el puritanismo hay una afición patológica a combatir el lado oscuro, pero también a explotarlo, quizás por no querer irse de vacío, y sacarle algún placer añadido a lo pecaminoso, que es, junto con lo que engorda, todo lo bueno de la vida. La gula, por ejemplo, es una de las inclinaciones perversas que antes comenzó a ser exprimida para producir beneficios teóricos por boca de los fisiócratas, que consideraban la producción de alimentos la única actividad económica realmente encomiable. Cuánta hambre no habría. Y hay. Sea real, o galufa efectiva, gusa retroactiva, eternamente subyacente en el que la pasó, o contractual, por la cual el que la presenció tiende a cebar a todo el mundo, aunque no tengan gana. Por eso la gula se hace tan perdonable, e incluso es practicada como una virtud, por ejemplo en el caso de esas abuelas, perfectamente calificables de fisiócratas contractuales que, todavía asustadas por la famélica visión, viven empeñadas en quitarse el trauma rellenando cualquier pellejo a su alcance, preferiblemente si la víctima es familia.

Ahora están de moda las madres coraje. Otro apelativo importado vía periodística de la tradición cultural centroeuropea, y a cualquiera que estirace algo más de la cuenta con los hijos, así se le califica, en el afán desmedido actual de banalizarlo todo. Pero aquí ya teníamos nuestras propias madres, si no coraje, sí corada. Nada europeas, ningún mito laico ni nada por el estilo, sino más bien mixto, aguado y ordinario, pero igualmente conmocionante, con aquellas cenas –entonces no había yogur, ni pavo congelado, salvo nosotros– repartideras compuestas de una buena corada –sin hígado– con que tantas madres se las arreglaban para llenar los buches de manadas de familias numerosas, suplementada, cuando escasa, con sardinas saladas fritas (de ahí lo de mixto), mojar pan en el aceite –época de mojes–, o bien patatas desechadas por pequeñas cocidas con su piel, consumidas a modo de juquesca, que mi tía Leonides elogiaba diciendo que estaban como yemas. Y todo eso para cenar (de ahí lo de aguado), que al poco te entraba un sueño negro que ni te cuento. En fin, una ordinariez, eso sí muy épica, como nuestras propias madres coraje.

Tampoco la soberbia o la ira dejaron nunca de ser buenos acicates de acciones encaminadas a surtir efectos beneficiosos en las carteras, revelándose bastante más productivas que sus antagónicas humildad y paciencia, si es que ésta no es una cualidad que muchos poseídos pecadores (de pradera o no) utilizan para conseguir sus proscritos pero finalmente aplaudidos fines. Por no hablar de la lujuria como gran sector productivo allí donde la haya, que es en todas partes, y verdadero motor de las economías más modernas (en España sólo la prostitución ‘produce’ de dos o tres billones de pesetas al año). Y es que no hay mejor relación producción-consumo. El cuerpo consumido por el cuerpo. El cuerpo fetichizado, el cuerpo mercancía y ésta tratada como cuerpo. Producir y consumir el mejor valor. Todo un lenguaje del cuerpo social. El consumo de la felicidad física por excelencia. Más real que lo real. Con el añadido perverso de despreciarlo en tanto que objeto esclavo y a la vez deseado como alienado. Ya lo dice Brhöm: “La cultura no conoce el cuerpo sino en tanto que cosa a la que se puede poseer.”

Ni siquiera los perezosos, quizás advertidos de que duran más los que no trabajan que los que comen abundantemente, han dejado de inspirar a los aficionados a sentar las bases morales del pensamiento económico, por la diligencia que como un revulsivo la pereza despierta en trepas y oportunistas para sacar tajada de la inoperancia ajena. Todo un aliciente para hacer caja. Pero si históricamente hay un pecado que ha suscitado en los teóricos el afán de justificar en él todo un desarrollo como capitalista, ese es el de la avaricia, que para chasco de los que dicen que rompe el saco hay que decir que suele ser porque antes se ha llenado.


Hay tanto tratado que lo ilustra, con o sin eufemismos, que no insisto. Hasta su oponente, la generosidad, que a más de una pérdida de tiempo lo es monetaria, ha parido negocios sumamente pingües como las ONG o la ONU y, si nos apuramos, hasta el FMI y el Banco Mundial, instituciones de reconocido prestigio filantrópico. Pero, rubrico, ha sido la avaricia, en su versión rubicunda de la codicia, la que más cash-flow ha generado a la hora de fijar los fundamentos obscenos del capitalismo, coincidiendo sus apoteosis hace un siglo, cuando la manufactura, que hasta entonces prestaba un carácter elitista a quien se la beneficiaba, respetado sin ansiedad por lo no pudientes, lo que le añadía un venerable aspecto sacro, va y se maquiniza, serifica y se hace cada vez más accesible, haciendo posible lo más moderno en economía: la emulación, que cuando pierde vigencia, según Veblen, es cuando tienden a volver los hábitos del carácter arcaico de la especie. A tal punto es importante para el desarrollo continuo que las mujeres, por ejemplo, o las clases medias (su equidistante social) empezasen a manifestar su disponibilidad de ocio tomando licores y narcóticos, todo un indicador del ascenso social.

Ante el nuevo fenómeno, Keynes se percatará de esa “insaciable ansia por cubrir el segundo tipo de necesidades humanas”, que lo elevan por encima del prójimo. Poco importa que se produzca más, ni aumentará por ello el bienestar, pues más habrá que poseer para mantener un prestigio social acorde, que es lo que fijará qué producto cubre esa necesidad, dependiendo el prestigio del tipo de bienes, porque ya no se produce para producir, sino para consumir, como paso previo de consumir para consumir. Un consumo por el consumo, como propio de una época eminentemente ociosa que en palabras de Daniel Bell, si “representa la competición psicológica por el estatus, entonces podemos decir que la sociedad burguesa es la institucionalización de la envidia”.

Se puede asegurar por tanto que en el momento en que eso sucedió, la avaricia cedió el testigo a la envidia como motor moral del capitalismo. Hemos pasado del capitalismo avaricioso a un capitalismo envidioso. Y si el antídoto predicado para el anterior era la generosidad, el de esta etapa es el de la caridad. ¿Pero es posible  congraciar caridad y consumo?

El principal escollo para calmar los efectos personales del presente económico regido por la envidia –y digo calmar y no erradicar, ni siquiera paliar, resignado a un sistema que todo lo más cambia de adjetivos–, está en esa contradicción cultural del capitalismo señalada por Bell del hedonismo, el placer como modo de vida y su principal justificación cultural o moral, pues si para contrarrestar la avaricia bastaba con desprenderse de una parte del expolio, práctica aconsejada como edificante desde antiguo tanto por culturas paganas (el clásico diezmo del César), como religiosas (un precepto del Corán ordena dejar una décima parte de la cosecha a los pájaros, eso sí, sin especificar de qué clase –lo que demuestra tanto que el famoso diez por ciento no viene de ahora, como que la generosidad es un oficio que, practicado adecuadamente, como la zambomba o la traición, puede llegar a dominarse con ciertas garantías de éxito–), para sosegar la envidia, que según la doctrina tendría en la caridad su mejor medicina, no parece sin embargo la receta más congruente de aplicación en la fase capitalista actual.

Contrariamente a la generosidad, que es una virtud económica de primer orden, un cebo prosaico por excelencia, toda una inversión de futuro en la que se basan los lanzamientos de nuevas mercancías (“quien regala, bien vende”), la caridad no resulta tan fácil de gestionar, aunque su profesionalización pueda indicarnos lo contrario, pues al no ser ésta una virtud que dependa de excedentes y sí un numerus clausus del alma, el que la tiene, la tiene, y quien no, sencillamente es ruin. Lo que deja a la envidia, pasión completamente natural elevada ahora a dinamo del desarrollo, sin un posible contrapoder de su mismo rango en la caridad, pues si aquélla es terrestre, ésta aspira, con toda su elaboración social trascendente, a servir de elevación de lo humano hacia lo metafísico, colocando por tanto a quien la ejerce en un plano de actuación que poco o nada tiene que ver con lo económico, a pesar de lo pedestre de los agujeros que tapa su lotería.

Estamos pues, por primera vez frente a la disfunción histórica de que a un pecado capital como motor simbólico del capitalismo no corresponde como contrapeso un igual claro localizado en ese flujo moral o religioso, como sería la caridad, sino algo indefinido que es buscado en el campo trivial de lo secular, obligatoriamente bastardeado, cuya génesis aún resulta confusa, aunque en cualquier caso relacionada con la serie de pulsiones básicas como la lástima o la piedad.

El problema es que, semánticamente, estas llamémosle inclinaciones naturales, de las que andan curados banqueros o traficantes de medicamentos, han asumido tales connotaciones morales, y por ello tan desprestigiadas, que por doquier ha crecido el interés en sustituirlas por esa manifestación más accesible y neutra y menos efusiva que es la solidaridad, a la que se califica de virtud laica, cuando no es nada de eso, sino la dramatización desdramatizada de actividades dirigidas al más o menos consciente mantenimiento elemental de la especie.

Alforjas y viaje innecesarios, desde el momento en que la cadena lástima-compasión-piedad-conmiseración expresaba desde el punto de vista netamente humano, e incluso humanitario, los grados de involucración que con el otro podíamos tener, yendo de la lástima como sentimiento casi animal, a la impersonal compasión, y de ahí a la piedad, patética pero afectiva, hasta llegar a la conmiseración (o misericordia, con matices) como último peldaño secular que sin llegar a caridad, pues aún lleva la rebaba de su desprecio inherente, suponía menú más que suficiente para abastecer la escala de aficiones samaritanas resultante del nivel sociocultural de cada tiempo y lugar.


Y no es que la solidaridad no parta de la lástima o la compasión para cumplir su objeto, sino que al presentarse como gran caballero neocivilizador ‘blanco’ y despojar a esos citados sentimientos hasta aquí predominantes de sus aditamentos culturales, no sólo les quita contenido y los torna obsoletos, sino que al entronizarse como gran valor genérico, primitivo y simplificador, ello supone un corte que en cierto modo impone una regresión civilizatoria. En este aspecto, es muy parecido al rock –una vuelta a las raíces, tan esencialista, “democrática” y simplista, que ya no puede hablarse de música–, y como éste, y lo más importante, tiende en quien la ejerce a satisfacer alguna necesidad placentera cuya diferencia con la caridad es que no busca trascender.

Esta búsqueda del placer es lo que hace de la solidaridad el perfecto complemento de la envidia como motor pasional del capitalismo actual, al que sirve, por decirlo así, de turbo, formando con él un tándem perfectamente integrado en el ambiente hedonista que marca los intereses y las formas de comportamiento. Y así como en el anterior estadio netamente productivo la generosidad, como envés de la avaricia, coadyuvaba a un proceder puramente económico, no más hedonista que un coito con simple afán reproductivo, casi impensable ahora, en la presente etapa consumista la solidaridad es el suplemento de la envidia como pulsión principal que busca su satisfacción o su castigo en la apropiación tanto de bienes materiales como abstractos.

La solidaridad, pues, no es la oponente de la envidia, sino más bien la prueba de su abundancia; y lo mucho que se presume de conductas desinteresadas, la demostración de cómo la escasez prestigia y encarece esa manifestación tan difusa y autoabsorbente como de dudoso contenido propia de una sociedad que vive de lo que recicla; ese otro placer retórico que sólo a través de sus efectos o subproductos cubre lo que la caridad ha perseguido durante siglos, no siendo su redefinición laica, ni mucho menos, y sí su suplantadora, una vez degradados los sustratos culturales que la sustentaban, desfasados en un mundo movido por pulsiones primarias manipuladas presuntamente satisfechas.

De modo que envidioso puede serlo cualquiera, y ser solidario, a pesar de los muchos gastos navideños, no pienso que tenga mucho mérito. Pero ser caritativo…, eso es más difícil, porque si la solidaridad es selectiva, la caridad es universal y no sólo se ejerce contra los desgraciados sino a favor de los afortunados, los exitosos, que casi la necesitan más, y si es de suponer que, para poder satisfacer las ansias de solidaridad desatadas, aumentará irremediablemente el cupo de necesitados, aproximando así la oferta a la demanda, me pregunto qué será de esa masa equivalente de pobres triunfadores que crece sin cesar, y que tanto necesitan de una caridad en franca decadencia, sin una mano misericordiosa que les dé un apretón, aunque sea en el cuello.

jueves, 4 de enero de 2024

Bisiestada

 

Según la Enciclopedia Álvarez Aníbal fue educado en el odio eterno a los romanos. Lo mío es más telúrico. Yo fui criado en un recelo atávico contra los años bisiestos. No hay bisiesto bueno. Año bisiesto, la cosecha en un cesto. Año bisiesto, ni viña ni huerto. Año bisiesto, año siniestro. Son algunas de las cuñas para un año con propina que, para más inri, es el cumple de Sánchez

No me digan que no es mal agüero. Lo cual explicaría lo suyo, pues alguien nacido en la prórroga, en los minutos que para cuadrar las cuentas astronómicas se añaden a escote, un condenado a ser un soplavelas cuatrienal, a no felicitarte ni tu madre, perdida en el limbo de Cronos, igual sales en el último segundo y marcas una canasta de tres, que estás predestinado a joder la marrana como sea. Pero no explica lo mío con los bisiestos. 

Yo es que un mes antes ya estoy viendo augurios raros en las gallinas. Mira, esa ya se parece a la Montero, y un día de estos me requisa los huevos. Aquella otra, la Petronila, la empoderá picoteadora de pollos nuevos, está pidiendo a cacareos que le llamen Yoli. Y así. Y me cuadran las cabañuelas y las menguantes menos que las trimestrales a un autónomo. Y se me revuelven los ajos al sembrarlos, y el Zaragozano me engaña más que la información del tiempo del móvil, por cierto, una de las grandes tontunas de este siglo, como en el pasado el cojín de los coches o el torito de felpa para encima del tapete de la tele. 

Tú estás tan tranquilo, cogiendo cardo, más seco que el ojo de un grillo, o haciendo plantel o cualquier otra gilipollez, y quejándote, y te viene el cuñado, te saca el móvil, como si fuese la lámpara de Aladino, y te dice, pero así, lo mismo que al enseñarte los langostinos Pescanova: “¡Mira, el invierno, más cálido de lo normal y las precipitaciones, en la media. No sé de qué te quejas!”. 

Pero así, como si acabase de egresar del Instituto de Tecnología de Massachussets cum laude. Y así, todo. Y luego le echamos la culpa al gasoil del calentamiento. Si entre tontos con móvil y cabronazos con BOE no da uno abasto. Y este año, encima, un día más para ejercer. Cómo no va uno a estar así.

miércoles, 3 de enero de 2024

Las suegras de la democracia (2006)

 

A un régimen totalitario se le conoce cuando los medios de prensa disminuyen y hacen las veces de cornetines de órdenes del gobierno. Y a un régimen democrático enfermo cuando los medios proliferan y pretenden llevar a golpe de pito al gobierno (o a la oposición, por serlo potencial). Es como cuando quien tiene la llave de la alcancía cae en cama y acuden presto todo tipo de recetones con las pócimas milagreras de rigor (antes del mortis), esa prole azufrada que suele asimilarse al sobrinaje testaferro del averno que invoca lo telúrico y sacrosanto con tal de seguir pillando cacho. Aunque yo discreparía de tal símil por sentir a los medios más equiparables, en esto de la política, con las suegras que con esa parentela de Satán, aunque al fin y al cabo todos caterva del demonio.

No obstante la apreciación y en virtud de que no hay listo sin tonto, algo debe de haber que justifique que nuestros media hayan devenido las grandes suegras de nuestra purulenta, sifilítica democracia, y que no debe ser sólo que los partidos gobernables (tómese en su doble acepción) sean así de manirrotos, desastrados, destalentados y con ese desarreglo similar a esa pareja arquetípica unidad familiar marca de la casa que, por trabajar ambos (por liberarse o por no llegar con un sueldo) tiran de veta cada uno por su lado, se lo echan todo encima, venga presumir y todo son derechos, y el frigorífico con dos yogures pasados y los chiquillos descalzos. El paraíso soñado por una suegra con programa, que en estos casos trágicos y acuciantes suelen llegar de dos en dos. Una por bando. Entonces es cuando casi todo está perdido, y al enfermo sólo le queda la extremaunción. ¡Un cura! ¡Aahhh!

La cuestión del papeo tampoco es baladí. Si es un hecho consumado que la política ha acabado como refugio para quienes no encuentran mejor acomodo en el mundo real o, peor todavía, los que no piensan en otro, en los medios de comunicación sobrevive (esa es la palabra) un ejército de mileuristas, con suerte, y sujetos por ese magro pero escurridizo lazo a empresas que chalanean gracias y favores bajo el pomposo epígrafe de la información como servicio público, ven hipotecada cualquier actividad real de fiscalización de la política, que dicen es en lo que consiste el cuarto poder, quedando situados o sitiados entre los contubernios expresos o implícitos de los barandas públicos y privados, en una dependencia que no en la independencia tan proclamada y fementida.

La interpenetración de políticos y periodismo (póntelo, pónselo) ha asentado definitivamente la confusión de los campos en que se mueven los currantes, que acaban por atender directamente los requerimientos de aquéllos, por si son los jefes, o al revés. Los medios se han metido hasta la cocina, cacharrean, pasan la fregona, hacen las camas y otras faenas, y como esos suegros del anuncio, un día se presentan en las instituciones con el colchón en la mochila diciendo que van a hacer vida en ellas y poner su razón social. Poniendo, eso sí, su ejército auxiliar (eufemismo del mercenariado barato que cruza necesitado las líneas pallá y pacá como si nada) a disposición de la democracia, pretendiendo aviarla diciendo metiches a los yernos (partidos) cómo hay que criar a los hijos, en qué invertir, si los salmonetes están revenidos o con quién hablar.

Ese afán de manejarles la casa, redactarles el programa y hacerse con ellos como asesores en todo, si bien se justifica en que cualquier empresa multimedia tiene más enterados, más intendencia y más nivel que cualquier partido (con poco), no los legitima para pervertir el sistema a base de medrar en éste como hidras y en virtud de ese espacio vital (lebensraun decían los nazis) que necesitan más y más, pasar de ser el factor de equilibrio entre la gente y el poder, a solaparse con el mismo difuminando sus distintos compartimentos que conviertenla  en un batiburrillo confuso. La consecuencia más lógica es que la gente se aleja cada vez más y a la vez de lo político como de información (que o no existe o es pura política), y no será por casualidad, viendo que todo se circunscribe a la cuenta de resultados, y cuanto más revuelta la cosa, mejor.

No está mal, entonces, por estas fechas preguntarse sobre el tutelaje de una democracia que aquí ha sido más posible desvirtuar gracias a la multiplicación institucional y de su publicidad, que ha establecido un régimen modular (que es como se miden los anuncios), aunque los gobiernos de turno mantengan el principal medio: el BOE. De momento. Porque si el matrimonio siempre ha hecho extraños compañeros de cama, y ningún periodista se sorprende ya de encontrarse entre las sábanas a un político o viceversa, y aunque sea normal hoy día hacer declaración de bienes para casarse, lo que sí que parece ya un tanto escabroso es acabar tomando en la cama el desayuno con la suegra. Eso, más que una democracia postmoderna, es un pitorreo. Por muy constitucional que sea.

jueves, 28 de diciembre de 2023

Colonias

 

El perfume masculino de más éxito es el Sauvage de Dior. Empieza oliendo a pimienta y bergamota de Calabria -si es de Nerpio no vale-, y al final a geranio, lavanda, pimienta de Sichuán, elemí (que ni me suena) pimienta rosa, vetiver y pachulí, con fondo de cedro, láudano y, ojo, ambroxán, que es un sintético que sustituyó hace cuatro décadas al ámbar gris del cachalote en las fragancias de mujer, y que se supone que es como el componente animal, el espermaceti ancestral, que lo lubrica todo, humedece hasta los metales y penetra en los resquicios más pequeños; o el punto feromónico tanto del portador como del receptor. 

Y con fama de efectivo, o será la sugestión, y al precio que lleva, más vale que funcione. Porque, como dura de dos a tres horas, entre que llegas, haces el paseíllo, efectúas la rueda de reconocimiento, eliges agraciado/a/e, echas las cangrejeras, haces la rueda del pavo, le das al trago largo (que no es ninguna de Bogart) para acorralar el cortejo, despejas a las hienas, riñes con el camarero, metes gambas, te ensucias los zapatos, y otros acontecimientos indeseados, y el pestuzo del antro a todo lo divino y lo terráqueo, tú ya no eres un ser Sauvage, sino el más pringao entre mil. Y tú, que te creías un ente único, aunque no sabías si como Johnny Deep (al que siempre lo han acusado de guarrete, y es que tres horas es poco para los menos aficionados al eau que a la cologne), o como Mbappe, otro punto, y que son los dos figuras que lo representan, cubriendo así toda la gama de la pradera humana, desde el nenuco y el culito bebé blanco hasta el varón dandy de frasco de litro tirando a sabana. 


Ellos son los dos menswear de la cosa. O elegidos para cobrar por oler, lo contrario del resto de mortales, y por eso siempre olíamos mal, o sea a otras cosas. Tú los ves en la tele, y huelen. Porque la tele huele. Aunque no lo parezca debido al batiburrillo de fragancias (y mojones) en emisión. Pero nuestra pena no es esa, sino saber que, así nos gastemos una herencia en feromonas aéreas, nunca seremos un menswear, o sea el prototipo que las lleva. Más bien unos porras, o sea, tirando a churros.